jueves, 6 de septiembre de 2012

LA ODISEA DE LOS LYCANTRIS


 
CAPÍTULO 1
 
La barca, empujada por las olas, golpeó suavemente la orilla y se dejó mecer por el movimiento de la marea. Un apuesto joven bajó de un salto y se volvió a ayudar al  muchacho de cabellos caoba que lo acompañaba.
La travesía había sido muy dura y apenas podían mantenerse de pie.
—Lo hemos conseguido, Miyai —dijo el hombre más mayor con una sonrisa cansada.
—Sabía que lo lograríamos —contestó el joven abrazándolo y apoyando la cabeza en su pecho musculoso.
—Hubo algunos momentos en los que yo no estuve tan seguro —respondió Zhiron riendo.
—Es que confío en ti, Zhiron —le dijo Miyai con voz dulce, clavando unos ojos tan verdes como las hojas en los de su amado.
Zhiron se inclinó y lo besó con ternura, pero un ruido procedente del estómago de Miyai hizo que su esposo se apartara alzando una ceja.
—Esas tripas tuyas ya están reclamando comida.
—Sí, me muero de hambre —asintió Miyai enrojeciendo. —¿Crees que habrá buena caza por aquí?
Zhiron se agachó y atrapó un cangrejo que correteaba por la arena.
—Aquí tienes un aperitivo —dijo entregándoselo.
Miyai rompió el caparazón con los dientes y comenzó a chupar la escasa carne del cangrejo.
—Gracias, esposo —dijo con una sonrisa pícara. —Hice bien en elegirte, sabía que tú siempre me tendrías bien alimentado.
Zhiron soltó una carcajada.
—Así que me elegiste por eso, ¿eh? Y yo que pensaba que te había conquistado con mi imponente presencia.
—También, también —contestó el joven guiñándole un ojo.
Luego se agachó para coger otro cangrejo que entregó a su esposo.
—Será mejor que busquemos algo con más carne —dijo Zhiron después de acabar con su cangrejo. —Creo que mis tripas también empiezan a rebelarse.
Miyai asintió y cogidos de la mano comenzaron a caminar por la playa solitaria, mientras el sol, brillando en lo alto, arrancaba destellos de los minúsculos fragmentos de nácar de la arena.

Más allá de la playa, se extendían unos campos cubiertos de hierba y salpicados de bosquecillos de sauces y fresnos. Unas cuantas casas de aspecto miserable conformaban una pequeña aldea en medio del desértico paraje.
—¿Crees que nos aceptarán en ese clan? —preguntó Miyai señalando hacia las casas.
—Por supuesto —contestó Zhiron muy seguro. —Ambos somos excelentes cazadores. En cuanto lo comprueben estarán más que satisfechos de que seamos de los suyos.
—Pero no conocemos sus costumbres —dudó Miyai. —A lo mejor son tan desconfiados como los del clan del Bosque Negro.
Mientras hablaban habían ido acercándose a la aldea y ya estaban a pocos metros cuando Zhiron comenzó a olfatear el aire.
—¿Hueles? —preguntó sonriendo.
—Pues claro —sonrió a su vez Miyai. —Son aves. Al fin vamos a poder llenar el estómago.
Avanzaron sigilosamente, como dos hermosos depredadores prestos para la caza, y detrás de unos arbustos, descubrieron a una docena de aves picoteando por el suelo, las cuales, ni siquiera tuvieron tiempo de saber qué  las había atacado antes de morir.

Al anochecer, en la apartada aldea de Kinshu, vieron aparecer a dos jóvenes de sorprendente hermosura.
Uno de ellos, alto y fuerte y con el cabello tan negro como la noche, se cubría únicamente con un taparrabos de piel de gamo. Calzaba suaves botas del mismo material y se protegía los brazos con largas tiras de cuero marrón. Sujeta a la espalda, llevaba una espada de la que sólo se podía ver una hermosa empuñadura con incrustaciones de obsidiana. La expresión fría y segura de su rostro, así como el brillo salvaje de sus ojos amarillos inquietaron a los habitantes del pequeño pueblo.
Su compañero poseía la misma seguridad pero matizada por la dulzura de sus enormes ojos verdes. El cabello de intenso color caoba brillaba bajo la luz del sol y las diminutas piezas de piel que vestía apenas eran capaces de ocultar su esbelto cuerpo. Como único adorno llevaba una perla negra colgada del cuello, que relucía bajo el sol del atardecer.
Los dos se movían con una agilidad y elegancia casi felinas y todos sus ademanes resultaban armoniosos.
Zhiron se abrió paso entre la gente que se había amontonado curiosa en el centro de la plaza para observar a los recién llegados.
—¿Quién es el jefe del clan? —preguntó en voz alta.
La gente que se apretaba en torno a ellos guardó silencio. Todos podían percibir la amenaza en sus ojos ambarinos.
Zhiron comenzó a perder el control. Estaba rodeado de machos de otro clan y no sabía cuántos estarían dispuestos a desafiarle. Él era el mejor luchador de su clan y jamás había sido vencido en ningún combate, pero aquí había demasiados y además, le resultaban extraños.
Un ronco gruñido comenzó a brotar desde el fondo de su garganta haciendo que todos retrocedieran inmediatamente. Sus ojos brillaban peligrosamente y todos sus músculos estaban en tensión prestos para atacar.
—Hemos venido en paz —dijo Miyai de pronto, poniendo una mano en el brazo de Zhiron para contenerlo.
—¿De dónde venís? —preguntó un anciano que avanzó hacia ellos apoyándose en un bastón.
—Del otro lado del océano —contestó el joven con tranquilidad.
Un murmullo de sorpresa se elevó entre la multitud.
—Eso no es posible —negó el anciano. —Cerca de aquí no hay ningún puerto donde hayáis podido atracar.
—Nuestra barca está encallada en la playa —respondió Miyai.
—¿Dices que habéis venido en una simple barca?
—Así es.
—Estás mintiendo —afirmó el aldeano.
Inmediatamente se escuchó el ronco gruñido de Zhiron y el anciano retrocedió.
—No hay razón para que te mienta, anciano —contestó Miyai mirándolo a los ojos. —Sólo estamos buscando un lugar para vivir.
—¿Eres tú el jefe? —preguntó Zhiron clavando en él sus intensos ojos.
—Podría decirse así —respondió. —Soy el alcalde de esta aldea olvidada por el tiempo.
—Hemos traído un presente como señal de buena voluntad y para que podáis comprobar nuestra habilidad en la caza —dijo Zhiron sacando de su morral siete gallinas y arrojándolas a los pies del alcalde.
—¡Mis gallinas! —exclamó un granjero acercándose.—Las mejores ponedoras que había tenido nunca.
Se agachó para examinar los cuerpos de las aves y luego se volvió hacia los dos jóvenes forasteros.
—¡Ladrones! —gritó enfurecido. —Me habéis robado mis gallinas.
—Eso es mentira —gruñó Zhiron indignado.  —Las cazamos limpiamente, las presas son de quien las caza.
—¡Tenéis que pagármelas! —siguió gritando el granjero sin hacerle caso.
Debes estar loco —dijo Zhiron verdaderamente divertido
La multitud comenzó a protestar. En una aldea tan pobre como Kinshu, la pérdida de unas gallinas era una gran desgracia.
—Eishi tiene razón, debéis darle el dinero que costaron las gallinas —gritó una voz.
—Seguro que no tienen dinero. Parecen un par de vagabundos —gritó otra.
—Sí, mirad cómo visten —añadió una tercera.
—Si no tenéis dinero, me quedaré con algo valioso que poseáis —dijo Eishi alargando el brazo para apoderarse de la perla que colgaba del cuello de Miyai.
Pero antes de que llegara siquiera a rozar el colgante, el joven, con una velocidad prodigiosa, hincó los dientes con fuerza en el brazo extendido del granjero.
—¡Ahh!¡Me ha mordido! —gritó sujetándose el brazo- Estoy sangrando, maldito bastardo.
—Nadie va a quitarme lo que me pertenece —dijo Miyai con una mirada feroz en sus ojos habitualmente dulces.
—¡Son bestias salvajes! —dijo una mujer que se escondía detrás de su obeso marido.
—¡Echadlos de aquí! —gritó otra, empujando a su novio hacia delante.
Cinco de los más fuertes de la aldea se adelantaron incitados por los demás.
Zhiron ni siquiera sacó la espada; se colocó delante de Miyai y sin que apenas nadie fuera capaz de ver los golpes, se deshizo de todos en un instante. Luego se volvió hacia su esposo.
—Tenías razón, son iguales que los del clan del Bosque Negro, jamás nos aceptarán —murmuró.
Miyai asintió y se adelantó mirando al anciano alcalde.
—No nos quedaremos aquí —dijo. —Pero dinos si conoces algún otro clan que quiera aceptarnos.
—¿Clan? —preguntó extrañado el alcalde. —El único sitio en donde a nadie le importará que vayáis es la ciudad de Tenoya. Seguid siempre hacia el Noroeste y la encontraréis.
—Gracias, anciano —dijo Miyai sonriendo.
Luego buscó en un pequeño estuche de piel que llevaba sujeto a la cadera y sacó una pequeña pepita de oro que depositó en la mano del anciano.
—Esto es por las gallinas y todas las molestias que hemos ocasionado.
Cogió a Zhiron de la mano y tiró de él haciendo que lo siguiera aunque reacio. Se habían despertado en él todos sus instintos de lucha y apenas se había esforzado con esos cinco aldeanos. Le hubiera gustado tener una pelea de verdad con un contrincante realmente digno de él y no con seres tan débiles como aquellos.
—¡Eh, un momento! —gritó el alcalde. —Está a punto de anochecer y debéis estar muy cansados. Podéis pasar la noche en mi cobertizo y partir mañana al amanecer.
Zhiron estuvo a punto de negarse pero vio el cansancio reflejado en la cara de Miyai y asintió. Una noche de descanso, les vendría muy bien para reponer fuerzas antes de emprender el camino hacia Tenoya.
El cobertizo era pequeño y la paja que cubría el suelo estaba sucia, pero eso no les importó. Se tendieron sobre ella y Miyai se acurrucó entre los brazos de su amado. Zhiron metió la mano por debajo de las pieles que cubrían su torso y comenzó a acariciarlo, mientras le besaba apasionadamente. Sentía como una de las manos de Miyai le acariciaban la nuca y la otra se posaba sobre su virilidad y a pesar de su agotamiento, pronto estuvieron ambos muy excitados y comenzaron a acariciarse con más urgencia.
No habrían transcurrido más de diez minutos cuando un ruido apenas perceptible, los alertó justo antes de que se abriera de golpe la puerta y una luz intensa, dirigida a sus sensibles pupilas, los deslumbrara.
En el umbral se recortaban las siluetas de cinco hombres armados con barras de hierro y unos extraños instrumentos que no pudieron identificar, aunque supieron enseguida que se trataba de algo peligroso.
—Quietos —dijo el que llevaba la linterna. —Ni siquiera pestañeéis.
—No tengáis miedo —dijo otro con una sonrisa lujuriosa en su rostro picado de la viruela.  —Sólo queremos divertirnos un rato.
Los ojos de Zhiron desprendían destellos sobrenaturales en la oscuridad.
—No intentes nada —le dijo otro de los aldeanos apuntándolo con su escopeta. —Vamos a disfrutar de ese hermoso compañero tuyo y luego nos iremos.
Zhiron y Miyai no dijeron nada, sólo se miraron y al momento una luz dorada los envolvió. Unos instantes después, en el lugar donde estaban los jóvenes, se erguían dos magníficos lobos de tamaño muy superior al normal.
El más grande de los dos, era completamente negro. Tenía unas patas largas y fuertes y músculos prominentes. El otro, de color rojizo, era mucho más delgado y flexible.
Los blancos colmillos de ambos, brillaron un momento a la luz de la luna, antes de que se lanzaran sobre los cinco atónitos aldeanos que los observaban paralizados.
Zhiron saltó sobre el que los apuntaba con la escopeta y le desgarró la garganta de un mordisco. Miyai hizo lo mismo con el otro que también portaba escopeta. Los otros tres intentaron golpearlos con sus barras de hierro pero los dos lobos eran demasiado rápidos y en pocos minutos todos los aldeanos yacían ensangrentados en el suelo del cobertizo.
Inmediatamente, recobraron su forma humana y Zhiron recogió una de las extrañas armas y comenzó a manipularla, intentando aprender su manejo. Miró dentro de los tubos de metal buscando alguna pista que le indicara su utilidad y por fin apretó una palanquita y un ruido ensordecedor los asustó.
—¡Deja eso! —exclamó Miyai. —Vámonos de aquí antes de que venga todo el mundo a ver qué ha pasado.
—Sí, larguémonos cuanto antes —asintió Zhiron arrojando el arma al suelo con desprecio. — Aquí no hay hombres de verdad y por eso utilizan armas que no son honorables.
Salieron del cobertizo y se alejaron de la aldea sin mirar atrás.
—Este mundo es más extraño y peligroso de lo que podía imaginar —dijo Zhiron mirando pensativo hacia una casa que estaba bastante apartada de la aldea. —Creo que será mejor que intentemos pasar desapercibidos en Tenoya y para ello necesitamos ropas como las que usan aquí.
—Tienes razón —respondió Miyai entendiendo al instante lo que se proponía Zhiron.
Entraron en la casa con su sigilo habitual y robaron ropas más acordes con el mundo donde habían ido a parar y algunas provisiones. Cuando salieron, Zhiron vestía unos pantalones de cuero negros y una camiseta sin mangas del mismo color, conservaba tan sólo sus botas de piel y una tira de cuero atada en su brazo derecho. Miyai se había apoderado de unos ceñidos pantalones de ante y una camisa de idéntico material bordada con motivos étnicos y con el escote cerrado con unas tiras cruzadas de cuero.
Se alejaron de allí, sin que ninguno de los habitantes de la casa se despertase y se encaminaron a la ciudad de Tenoya. Los dos se sentían un poco perdidos en esa tierra extraña e inhóspita, sin embargo, ninguno dijo nada al otro para no inquietarlo y ambos se sumieron en los recuerdos.


5 comentarios:

  1. Minu, que sorpresa, te veo muy prolífica, ¡cuantas historias! bueno, pues ánimo con todo y adelante, que te diviertas escribiendo.
    Y puedes poner los enlaces que quieras de mis blogs, o afiliarme con los banner, lo que quieras. Ya me he hecho seguidora y te he puesto en mi blog roll.
    Besotes
    Vero

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  2. Hola, Vero. Muchas gracias por inaugurar el blog con este comentario. Ahora voy a poner tus blogs también aqui, lo del banner tengo que mirar cómo se hace y ya los iré poniendo también. Besos y bienvenida al Callejón.

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  3. hihihi me encanta la odissea!! *-* es como muy genialosa!

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  4. Hola! Voy encontrando tu blog. Esta historia fue la primera que llamó mi atención, por lo que procederé a leerla.
    Está muy interesante, dos chicos lobos perdidos en un mundo de humanos, me gustaría saber porque huyeron de su tierra. Supongo que saldrá con el tiempo.
    PD. Está interesantísima. Gracias por compartir :)

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  5. muchas gracais me gusto mucho este priemer capitulo!! <3

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